Lo más sorprendente del blitzkrieg político del PSOE (y de su reverso: el Lehman Brothers político del gobierno del PP) es que Sánchez ha sabido maniobrar con ambición y audacia (y efectismo) para conformar un gobierno que resuelve (si bien de momento y en minoría parlamentaria) la trinidad imposible de la política española. Sí, lo han leído bien: en la política española no existe la cuadratura del circulo, sino (y permítanme la deformación profesional de ingeniero de caminos… ) el baricentro de la trinidad imposible. Me explico.
Lo más sorprendente del blitzkrieg político del PSOE (y de su reverso: el Lehman Brothers político del gobierno del PP) es que Sánchez ha sabido maniobrar con ambición y audacia (y efectismo) para conformar un gobierno que resuelve (si bien de momento y en minoría parlamentaria) la trinidad imposible de la política española. Sí, lo han leído bien: en la política española no existe la cuadratura del circulo, sino (y permítanme la deformación profesional de ingeniero de caminos… ) el baricentro de la trinidad imposible. Me explico.
En economía política internacional es habitual y muy socorrido hablar de la trinidad imposible o trilema. La noción es, en el fondo, sencilla y se recurre a un triángulo equilátero para visualizarla: habiendo tres objetivos deseables solo es posible cumplir dos a la vez; hay que renunciar a uno de ellos pues los tres se contradicen simultáneamente. Es decir, solo se puede morar en los costados de un triángulo; fuera o dentro de ese contorno uno se ubica en la fantasía.
Como decía, la definición original viene del disciplina económica y, de acuerdo con los modelos de Mundell-Flemming, viene a sostener que una economía no puede alcanzar al mismo tiempo los tres siguientes objetivos:
- un tipo de cambio fijo,
- libre movimiento de capitales y
- una política monetaria autónoma
Posiblemente este no es el momento de explayarse en el trilema económico, ni tampoco de explicar como curiosidad que su última versión bastarda es la paradoja de la globalización formulada por el profesor turco-sefardí de Harvard Dani Rodrik – aun no entiendo como en España no le hemos engatusado con el pasaporte español que fácilmente se le podría otorgar por carta de naturaleza.
En cualquier caso, mi aportación original en esta entrada de blog es formular y elaborar lo que he bautizado como el trilema o trinidad imposible de la política española. Hago uso de las mismas premisas geométricas: un triángulo equilátero con tres objetivos o parámetros políticos que son (quasi) imposibles de concertar de manera simultánea.
A mi juicio, estos objetivos son las tres nociones políticas del país: nación, estado y pueblo o sociedad. La preferencia por cada una de las nociones define no solo la narrativa estratégica sino el talento natural de un partido político para explotar esa narrativa: es virtud y vicio a la vez. Así pues, si uno piensa en el país como el estado solamente, su concepción de buen gobierno se reduce al ejercicio burocrático administrativo, es decir, a una tecnocracia. Si un partido solo ve españoles, perdón, la nación, su discurso gira en torno al esencialismo y la identidad nacional, ergo, nacionalismo. Si, en cambio, la obsesión se centra en la defensa apasionada y asilvestrada del pueblo amén de la interpretación de su voluntad, tenemos evidentemente al populismo. Como decía, no todo es vicio. A su vez hay virtud. Saber administrar el estado con eficacia, preservar la nación como principio aglutinador, y atender las necesidades y preocupaciones sociales son las cualidades de un buen gobernante – si bien lo importante electoralmente no son las cualidades en sí mismas sino poseerlas en mayor cantidad que el adversario.

Pero vayamos a la cuestión: el gran problema político en España es que lamentablemente es raro reunir las tres cualidades y es más habitual contar con solo dos. De ahí que se asemeje a un trilema o trinidad imposible. Por ejemplo, es ya un tópico manido reprochar al PP por su falta de empatía y de sensibilidad social mientras que concentra toda su atención y talento en la administración meticulosa del estado y la defensa celosa de la nación. De algo análogo se le acusa con frecuencia al PSOE: sabe controlar los resortes del estado y muestra sensibilidad social, pero rehúye, de manera casi patológica, de la nación como valor político. En el caso de Podemos, claramente se escora hacia la concepción puramente social de país, precipitándose sin remedio en el populismo más mórbido. Ciudadanos es un caso raro: buscaba apelar a las tres nociones de país y sin embargo fracasaba en ser creíble como solvente administrador (quizás por su evidente falta de experiencia de gobierno a pesar del genuina vocación tecnócrata) y como héroe social – sí en cambio, supera a los tres restantes en su defensa de la nación, especialmente desde hace unos meses: “solo veo españoles…”
No todo en este trilema es constatar limitaciones. Este modelo también tiene la ventaja de indicar cual sería la meta de todo partido político que aspira a la hegemonía: tiene que encontrar el equilibrio entre los tres objetivos, es decir, transitar hacia el baricentro del triángulo y romper con el trilema que siempre lo arrinconará a un lado (PP y PSOE) o a una esquina (C’s y Podemos). Cuanto más se acerque uno al baricentro o más se aleje de una esquina, mayor éxito tendrá, traducido en votos y en escaños. En su defecto, a falta un partido que alcance el baricentro, aquel que maniobre con mayor talento para operar en un costado y cumplir con al menos dos objetivos será el ganador de las elecciones. Ese fue el caso del PP en los últimos comicios de 2015 y 2016. Le siguió el PSOE, que opera cómodamente en el lateral estado-pueblo, mientras que los emergentes C’s y Podemos se ubicaban en los trampolines de las esquinas.
Así transcurría la vida política española hasta que todo pareció alterarse a finales de 2017. C’s comenzó a iniciar un viaje prometedor hacia el baricentro. Gracias a méritos propios (Cataluña) y deméritos ajenos (corrupción) C’s conseguía reforzar su imagen de defensor de la nación, preservaba cierta vocación social vía reformismo, y finalmente se acreditaba como partido con sentido de estado (más por arrojo que por capacidad técnica demostrada, pero eso da igual). Sin embargo, las perspectivas felices para la agrupación naranja duraron un invierno y una primavera hasta que hace dos semanas (madre mía ¡dos semanas!) entró en liza Pedro Sánchez con su malabarismo redondo y revolucionó el panorama político español conquistando la Moncloa en ocho días.
No solo eso. Pedro Sánchez hoy anunció a los miembros de su consejo de ministros. Y para sorpresa y satisfacción de muchos configuró un equipo que en general ha recibido muchos aplausos y pocas críticas más allá de los habituales exabruptos secesionistas. No solo eso. A mi juicio, por primera vez en décadas, un consejo de ministros cumple con todas las expectativas posibles para que el gobierno alcance el equilibrio imposible del trilema: capacidad técnica probada (Calviño, Delgado, Planas), defensa de la nación frente a sus enemigos (Marlaska, Borrell y el mismo Sánchez dando estopa a Joaquim Torra) y sensibilidad social vocacional (Calvo, Montón y el hecho de ser un gobierno mayoritariamente femenino).
En cierto modo este gabinete tiene todo su sentido estratégico electoral visto los augurios de corta vida a este gobierno. Por ello, ayer Ignacio Torreblanca escribía acertadamente en EL PAÍS que se trata de “un Gobierno que puede funcionar sin programa de gobierno, porque más que un Gobierno es un programa electoral”. En efecto, Sánchez busca triangular y ocupar espacios a la derecha y a la izquierda, habiendo tomado nota del éxito reciente de C’s con sus significantes vacíos. Basta oír su declaración de hoy cuando afirma que este gabinete pretende “ser fiel reflejo de lo mejor de la sociedad a la que aspira a servir”. Aspitar a ser reflejo de las tres nociones de país y de los valores y virtudes que cada noción contiene.
En fin, la trinidad es posible al parecer. Bravo por Sánchez, de momento. Y suerte para que le dure. Al fin y al cabo, los trilemas lo son por algo.
Yo diría que el PP está realmente alejado de la tecnocracia. No hay más que ver los CV de la gente que pone al frente de los diferentes organismos del estado
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