Brexit y la nueva Europa post-liberal

Todos nos apresuramos a advertir que Brexit era una involución histórica sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Se insistió de manera gráfica en que el Reino Unido se había pegado un tiro en el pie y se iba a quedar atrás, aislado en su propio ensimismamiento nacional. Sin embargo, lo ocurrido recientemente en la política británica incita a pensar que quizás el Reino Unido se ha adelantado una vez más al marcar la dirección que otros países seguirán hacia una nueva Europa post-liberal.

pexels-photo-89432.jpegCuando una exigua mayoría británica votó en referéndum abandonar la Unión Europea el pasado 23 de junio, a la reacción de estupefacción que asoló el Viejo Continente le siguió la sensación generalizada de que el Reino Unido nos había decepcionado. En la cuna del parlamentarismo democrático, la revolución industrial y la libertad individual, ¿cómo era posible que se emprendiera un camino rupturista que implica un retroceso político, social y económico y que suponía un golpe irreparable a su prestigio nacional? Todos nos apresuramos a advertir que Brexit era una involución histórica sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Se insistió de manera gráfica en que el Reino Unido se había pegado un tiro en el pie y se iba a quedar atrás, aislado en su propio ensimismamiento nacional. Sin embargo, lo ocurrido recientemente en la política británica incita a pensar que quizás el Reino Unido se ha adelantado una vez más al marcar la dirección que otros países seguirán hacia una nueva Europa post-liberal.

La historia es pendular y, aunque no se repita de manera idéntica, su inercia oscilatoria hace que ciertos ciclos político-económicos sean recurrentes. Antes de que la revolución liberal-conservadora de los 80 señalara el inicio de la globalización que hoy está en entredicho, Europa experimentó tres décadas de modelo económico keynesiano. Tras los excesos de los totalitarismos y las calamidades de la Gran Depresión había que reconstruir una paz continental que equilibrase soberanía nacional, libertad económica y bienestar social. John Ruggie, profesor de relaciones internacionales de Harvard, bautizo ese paradigma “embdded liberalism” o liberalismo encajado. Cada país determinaba el nivel de integración con el exterior y ajustaba el grado de liberalización de sus mercados internos de acuerdo con sus prioridades económicas y preferencias sociales. El consenso fue precisamente que no había consenso y como cada país desarrolló su fórmula específica de economía nacional y políticas sociales, la fragmentación normativa, regulatoria y de mercado persistió durante décadas hasta que la UE fue unificándola bajo la disciplina común de Bruselas.

Reino Unido fue pionero en aplicar el liberalismo encajado. Tras la victoria inesperada de Clement Attlee frente a Winston Churchill en 1945 el nuevo gobierno laborista inició un programa ambicioso y transformador que aunó redistribución y mercado, intervencionismo y liberalismo. Las clases trabajadores británicas recuerdan con nostalgia esa época porque supuso un periodo de reconstrucción nacional que prometía prosperidad colectiva y certezas identitarias. Unos de los principales legados de ese gobierno fue la creación del Servicio Nacional de Salud, prototipo de la cobertura sanitaria universal no contributiva y que hoy es un icono nacional malogrado que se instrumentalizó salvajemente en la campaña del referéndum.

La revolución liberal-conservadora puso fin a ese modelo que en los 70 dio las primeras señales de agotamiento. Ya en los 90 la globalización se aceleró haciendo cada vez más laborioso ejercitar la soberanía económica. En toda Europa se abogó por un mayor liberalismo económico en sintonía con una sociedad que evolucionaba hacia el individualismo y el cosmopolitismo y que aceptaba una seguridad social menguante cuya sostenibilidad financiera se apoyaba no tanto en la solidaridad fiscal como en las expectativas de crecimiento económico indefinido. De nuevo Reino Unido fue un adelantado al abrazar con mayor convicción que nadie las bondades de la economía global, los rigores del mercado y la disciplina liberal. De ahí que tras la estela de Margaret Thatcher llegara el Nuevo Laborismo de Tony Blair que reforzó el camino trazado por los Tories y cuyo testigo recogió David Cameron.

Tras más de treinta años de ese continuismo liberal en Reino Unido y Europa, Brexit le ha asestado un golpe sorpresivo a ese paradigma hasta ahora dominante. Es cierto que llevamos años contemplando a la irrupción de partidos populistas y nacionalistas que abjuran del euro y la regulación comunitaria, aborrecen la apertura económica y el cosmopolitismo, y explotan el nacionalismo identitario y xenófobos. Hasta ahora todo ello representaba la marginalidad política y nada había que temer. Sin embargo, los recientes eventos en la política británica le han dado la pátina de respetabilidad definitiva y lo ha convertido en la política mayoritaria y oficial de uno los países más importantes de Europa.

El pasado 2 octubre, en su discurso del congreso anual del Partido Conservador, la nueva primera ministra Theresa May sorprendía a la sociedad británica con una retórica combativa y antagonista que optaba sin ambages por la versión más dura de Brexit. Su discurso no solo quemaba puentes hacia una posible salida sutil y amable de la EU sino que suponía un giro copernicano en la política británica que ponía cierre a ciclo económico-político que comenzó con Thatcher en 1978. No solo hay que apearse del mercado común sino que también se apuesta por una doctrina anti-individualista y nacionalista que reclama un mayor intervencionismo del estado para el ordenamiento económico, social y cultural del país. A ello se une el claro rechazo a las normas supranacionales, la permeabilidad de las fronteras, la solidaridad fiscal transnacional y la seguridad multilateral. En su lugar, se abogaba por fortificar el país, desglobalizarlo y aislarlo del tejido institucional que ha vertebrado el continente desde hace más de medio siglo.

Necesidad e ideología han sido las motivaciones. Por una parte, la probable recesión que golpeará el Reino Unido en 2017 exige adoptar políticas urgentes de estímulo fiscal para poder exhibir una aparente salud macroeconómica de cara a las negociaciones con Bruselas. Por otra parte, está la genuina convicción política en ese nuevo proyecto de país que tiene que ser social en lo económico, conservador en lo social y nacionalista en lo político. Es cierto que May se ha cuidado de precisar que se preservarían los principios del libre mercado y que el país sería un referente de economía abierta al comercio mundial –un malabarismo difícil de conjugar con el aislacionismo intrínseco de Brexit. Pero el mensaje que prevaleció fue que había llegado la hora de un renacer económico y social en el que se daría máxima prioridad a la defensa del interés nacional frente al interés colectivo y la cooperación internacional. Se asumía que esa sería la panacea contra la globalización en defensa de sus grandes perjudicados: la clase trabajadora británica que sufre su obsolescencia económica y los conservadores sociales que afrontan a su obsolescencia cultural.

No son pocos quienes en el continente observan con júbilo los pasos que está tomando el gobierno de Theresa May. El descontento social del cual Brexit es la máxima expresión azota a toda Europa y ningún país se libra de tener que darle una respuesta inaplazable. Con varios comicios y referéndums por delante, Europa va a poner a prueba en los próximos meses su capacidad de resistencia al contagio de Brexit y su seductora revolución post-liberal. Partidos moderados y mayoritarios sentirán la tentación de replicar la deriva ideológica de Theresa May que ya se ha llevado por delante la oposición laborista. El nuevo rumbo del gobierno británico apunta ciertas maneras de liberalismo encajado pero existen elementos preocupantes que nos hacen pensar que estamos ante una versión grotesca y trágica. Querríamos pensar que se trata tan solo de una simple involución, un desatinado retorno a 1945. Desafortunadamente Brexit y su revolución post-liberal puede que no sea un mero paso atrás sino un anticipo de un nuevo ciclo peligrosamente distinto.